Era el Oriente que entraba en Europa. En dos años se enseñorean de lo que luego costó siete siglos arrebatarles. No era una invasión que se contiene con las armas, era una civilización joven que echaba raíces por todos los lados. El principio de la libertad religiosa, eterno cimiento de las grandes nacionalidades, iba con ellos. En las ciudades dominadas, aceptaban la iglesia del cristiano y la sinagoga del judío. La mezquita no temía a los templos que encontraba en el país: los respetaba, colocándose entre ellos sin envidia ni deseo de dominación.
Del siglo VIII al XV se fundaba y se desarrollaba la más elevada y opulenta civilización de Europa en la Edad Media. La población de España se elevaba a más de treinta millones, revolviéndose y amasándose en ella todas las razas y todas las creencias con una infinita variedad engendradora de poderosas vibraciones sociales. Y en esta fecunda amalgama de pueblos y razas entraban todas las ideas, costumbres y descubrimientos conocidos hasta entonces en la tierra; todas las artes, ciencias, industrias, inventos y cultivos de las antiguas civilizaciones, brotando del choque nuevos descubrimientos y creadoras energías. La seda, el algodón, el café, el papel, la naranja, el limón, la granada, el azúcar venían con ellos del Oriente, así como las alfombras, los tisúes, los tules, los adamasquinados y la pólvora. Con ellos también la numeración decimal, el álgebra, la alquimia, la química, la medicina, la cosmología y la poesía rimada. Los filósofos griegos, próximos a desaparecer en el olvido, se salvaban siguiendo al árabe invasor en sus conquistas. Aristóteles reinaba en la famosa Universidad de Córdoba.