Al andar de nuevo por las ciudades grises y contrastarlas una vez
más con Madrid, he encontrado que nuestra villa y corte es lo que
más se parece a Nueva York.
Primero lancé esa idea con miedo entre dos o tres amigos que me
preguntaban: «¿Y cómo está Madrid?»
– ¡Ah, sí? –respondieron mezclando admiraciones e interrogaciones
en una misma frase, aunque lo tiene prohibido la Academia.
Después busqué una reunión de veinte personas para hacer una nueva
experiencia de mi reciente teoría, y noté que mi nueva opinión de Madrid
no armaba escándalo1. Mi suposición es una suposición intuitiva, pues
yo no he estado nunca en Nueva York. A lo más, en los días en que el
aire está limpio y la baja marea es más baja, se atisba2 la silueta de Nueva
York desde Lisboa, ya que están frente a frente. Con eso y con saber qué
hora es en Nueva York cuando aquí es otra, y con lo visto en revistas
y «cines», ya tenía yo un atisbo para calcular lo que ha sucedido en la
fisonomía de Madrid.
– Pero ¿en qué encuentra usted que Madrid se parece a Nueva York? –me
pregunta el consumero de las opiniones.
Entonces yo comenzaba a hacer gestos de convicción, y decía:
– En la nueva arquitectura, que generalmente no tiene tradición… En la
altura que se da a los edificios… En la claridad que conservan todas las
arquitecturas y las fachadas… En cómo no hay repugnancia a ninguna
novedad… En no sé qué; en algo que otras ciudades no admiten, en el
aire simple y alegre con que se vive la calle.
Mi teoría corría ya por París, y cuando yo entraba en algunas reuniones
notaba un silencio especial, como si de pronto3 hubiesen dejado de discutir el asunto. Notaba yo cierta envidia en los demás al decirles que era
la única ciudad de Europa que espejeaba ese aire rotundo4 y claro de ciudad norteamericana. [...]
No quita el que tengamos churrerías5, cafés cantantes y barrios castizos el que seamos neoyorquinos [...].
1. ne faisait pas scandale
2. on devine
3. soudain
4. qui reflétait cette allure affirmée
5. commerces de churros