¿Héroe o villano? Desde luego que Rodrigo Díaz
de Vivar no era un villano sino un infanzón castellano.
Pero ¿fue un héroe de leyenda? Mito y realidad
se mezclan en un relato parido hace siglos y tamizado
por la imaginación popular. Todo pueblo necesita sus
héroes y cuál mejor que el guerrero incansable, íntegro,
implacable con los enemigos de la fe y duro como
las gentes de Castilla. El mito del Cid nació sólo, con
un empujón del maravilloso cantar que narra sus
andanzas y que lo elevó a la categoría de personaje
universal. La pluma de Per Abat perfila la fábula y describe
una historia cargada de realidad y de invención.
Un cantar de gesta sobre un guerrero fronterizo, un
mercenario a caballo de varios reinos que ganó su
señorío y batalló hasta la muerte. ¿Ocurrió realmente?
[…] El Cid, Rodrigo Díaz, fue leal vasallo de reyes moros y cristianos y con todos entabló combate. Un
mercenario en tiempos en los que las fronteras se
levantaban a espuela y espada. Leal cobrador de parias,
espejo de caballeros y desterrado traidor al rey. El Cid
fue todo y nada, pero la historia o el cantar cuentan
que se labró su camino hacia la inmortalidad con su
Tizona y sus huestes. Polvo, sudor y hierro, el Cid
cabalga. Nunca perdió una batalla, salvo las políticas,
pues se ganó el sobrenombre de Campeador con pocos
años por sus grandes cualidades guerreras y aprendió
a ser diplomático en sus años de guerrero a sueldo de
Almutamán, el rey moro de Zaragoza, pues en Castilla
su rectitud le costó la amistad del monarca leonés
Alfonso VI.