Cenicienta habla con el príncipe después de haber sido invitada al baile que
éste organiza para buscarse una esposa.
Se detuvo a escaso metro1
y medio de él, aclaró su voz y le dijo:
– Buenas noches, alteza. Tengo entendido que ha convocado este baile
para poder elegir esposa entre todas las mujeres del reino. ¿Es eso cierto?
– Sí... Esa era la idea –admitió sorprendido.
– Pues debo comunicar a su alteza mi total desacuerdo. Es del todo
imposible que tan solo por su aspecto pueda enamorarse de alguien. El
amor surge de conocerse, de respetarse, de ir tomándose cariño mutuo.
– Pero... –balbuceó el príncipe.
– Y lo que es aún pero, ¿acaso se cree que somos mercancía y que
usted puede escoger la que más le guste? ¿Y dónde quedamos nosotras?
El príncipe se sonrojó. Ni siquiera sabía el nombre de aquella muchacha
a la que estaba ofreciendo respeto y matrimonio. Le faltaba mucho
camino por recorrer y muchas cosas que desaprender.
– ¿Lo ve, alteza? En realidad no me conoce. Yo no quiero a alguien que
esté pendiente de mis deseos, de eso ya me encargo yo. Pero estoy muy
contenta de que haya dado un primer paso… Quedan muchos, pero por
algo se empieza.
El príncipe agachó la cabeza2
.
– Por cierto, alteza, me conocen como Cenicienta, pero me llamo
Frida –dijo la joven.
– Yo… –titubeó el príncipe– yo me llamo Federico.
Federico salió de casa de Frida pensando en todas las tradiciones que
iba a desterrar de su reino.
Cenicienta se calzó sus zapatos y dejó la casa de su madrastra3
para
empezar una nueva vida lejos de escobas, platos que fregar y cenizas que
barrer4.
A partir de ahora solo limpiaría sus propias cosas.
1. à un mètre à peine
2. baissa la tête
3. sa belle-mère
4. balayer