Las olas rabiosas contra el espigón. Un estallido de
espuma1
sobre los pescadores. En el puerto, los barcos
en su danza hipnótica […]. Una playa de piedras junto
a las rocas. En ella encontraba, de vez en cuando, una
orejita de mar2
que cogía como si fuera un tesoro. El
cielo gris sobre la playa de San Lorenzo, con el agua
del color del barro3
. Otras veces, un sol aplastado
sobre la arena, el espacio mínimo de la toalla4
cuando
sube la marea, mientras se oye por megafonía el aviso
de que se ha perdido un niño de cinco años, Pedro,
con un bañador verde, Pedro de cinco años, quien lo
encuentre que lo lleve a la caseta de Salvamento situada
en la escalera número doce. Y mi madre: un niño perdido, ¿veis?
Éste es mi enlace con el mar: el Cantábrico en Gijón.
En el furioso Cantábrico, mi hermana y yo aprendimos a nadar. O algo así. Las olas nos llenaban de arena
el bañador. […]
Cuando era pequeña, mi abuelo José me decía
que le echara agua de mar a las heridas5
porque así
curaban mejor. Las marcas blancas que tengo en las
rodillas son de eso, de postillas6
que se cayeron antes de
tiempo. Aun así, hay verdad en lo que decía mi abuelo.
Algo tiene el mar que ayuda a curar las heridas. Nos
sumergimos en él y se produce una suspensión del pensamiento. Las preocupaciones parecen menores, más
remotas. […]
España es casi una isla. Si hubiera una línea de puntos por los Pirineos y cortáramos, nos convertiríamos,
junto con nuestros vecinos portugueses, en isleños.
Incluso los habitantes de las provincias del interior lo
serían, aunque nada parezca más propio de una isla que
los extensos campos roturados de la meseta Central.
Esta casi insularidad ha marcado y marca la historia
de sus regiones. El país apoya su cabeza en la almohada7
vibrante de una superficie marina que se acerca
al millón de kilómetros cuadrados.
Noemí Sabugal, Laberinto mar
1. écume
2. oreja de mar = variedad de marisco
3. boue
4. serviette
5. blessures
6. croûtes
7. oreiller