– Soy Gema, de informática.
– Álvaro, de lengua.
Mientras se presentaba, noté cómo me miraba inquisitivamente de arriba abajo. ¿Qué opinaría ella del
modelo que había escogido? Después de mucho dudar,
decidí que necesitaba ponerme algo que me acercase
a los alumnos, una ropa que sirviese de frontera entre
ellos y mi miedo. Así que ese lunes me planté en el
instituto como si me hubiera fugado del catálogo
para hombres in del GQ. Bandolera Adidas, deportivas Nike verde pistacho (a juego con la bandolera),
vaqueros rotos Diesel y camiseta negra de G-Star. Un
catálogo andante... Gema desaprobó mis deportivas
verdes, sacudió con desdén su melena pelirroja y me
deseó suerte con la boca pequeña. [...] Busqué en mi
horario la primera clase: B1E. Dudé al leer las siglas
-los nervios, supongo- hasta que decidí que la B debía
de ser de Bachillerato, el 1 de primero y la E, el curso al
que tenía que dirigirme. En realidad, también podría
ser tuna E de ESO y una B de grupo, pero preferí no preguntar a la jefa de estudios, que parecía mirarme con la
misma desidia de la primera vez. Tardé en entenderla y
en darme cuenta de que me equivocaba en mi apreciación: Sonia no es fácil de valorar a primera vista. Seguí
avanzando por el pasillo, resistiendo las miradas de los
compañeros y de los alumnos -sabiéndome juzgado
por todos y cada uno de ellos- tratando de concentrarme en leer las letras y los números colgados sobre
las puertas de las aulas. Puertas abarrotadas de adolescentes que forman murallas humanas para no pasar.
Para no dejar que nadie les haga pasar. E4A. E4B.
E4C. En el ala derecha del edificio están los mayores.
Cuartos y Bachilleratos. No debía de andar muy lejos.
B1A. B1B. Intenté recordar lo que tenía preparado,
incluso ojeé mi antología poética de Kavafis y traté
de decidir si con eso se podía dar una primera clase.
Buscaba sin éxito el poema de «Itaca». ¿En qué página
estaba? B1C. B1D. Los alumnos me observaban con
mucha más curiosidad que mis compañeros. Aún no
sabía leer sus miradas ni sus gestos -sólo tardaría un
par de semanas: eso se aprende rápido- pero ya era
consciente de que estaban llenas de sentido. Se transmitian información entre si a mi paso. ¿Me aprueban,
me desaprueban, me reprueban? No podía saberlo, así
que cerré la antología necesitaba acumular toda la
información posible de mi entorno- respiré hondo y
me esforcé por frenar la ola de pánico que amenazaba
con desbordarme. Estaba tan nervioso que, justo antes
de entrar en el aula, no pude evitar que se me cayese al
suelo mi libro de Kavafis. Me arrodillé intentando que
no se me cayese también la agenda, o los bolígrafos, o
el cuaderno de notas que no sé para qué narices había
cogido, pero un alumno que estaba justo en la puerta,
rodeado de un variopinto grupo de admiradoras. lo
recogió por mí.