Carme, la ama de casa de la familia de Miren sacó a pasear a Ainhoa, la nieta de Miren.
Ainhoa le contó que el atentado había ocurrido
muy cerca del piso de Carme y que había temblado toda la casa. En el salón se había desprendido un cuadro de la pared. Se había roto el cristal protector y también una lámpara que había debajo, y el marido gordo de Carme se puso a despotricar1 en su idioma y los niños lloraban asustados por el estruendo2 y Ainhoa pensaba que también por los gritos de su padre. Carme y Ainhoa acababan de volver del hospital. Habían convenido a preparar juntas la comida cuando sonó la explosión a pocas calles de allí. ¿Dónde? Por la radio supieron que delante del cuartel de la Guardia Civil. Enseguida se formó un barullo de sirenas y había como un olor extraño en el aire.
- ¿Sabes qué, amona3? Ayer, a la misma hora, pasé con Carme, en su coche, por esa calle. Mira que si nos llega a explotar la bomba a nosotras.
- No hables tan alto, que hay gente.
- Pues una vecina nos ha contado que los bomberos han tenido que bajar de un árbol trozos de un cuerpo. [...]
Las dos se habían llegado a un bar, no lejos de la pensión, a comer unos bocadillos. [...]
- No me gusta que maten. Esto está muy lejos de Euskal Herria. ¿Qué culpa tienen los que viven aquí de lo que pasa allá?
Miren observaba fijamente a su nieta. [...] Estaban sentadas a la mesa, en un rincón, y la niña, 15 años, mordisqueaba sin ganas su bocadillo.