Ángela, una peregrina, llega a un pueblo de Navarra que forma parte del Camino de Santiago de Compostela, Urdazubi, que significa «Agua y puente» en castellano.
Regresó a la plaza, donde se alzaba el monasterio San Salvador, cuyo
claustro1 se había reconvertido en albergue de peregrinos. Entró.
-
Egun on2! ¿Vas a dormir aquí esta noche? Perdona, me llamo Amaia. [...]
Ángela asintió. [...]
- He perdido
el DNI3. Me han dicho los gendarmes de Dantxarinea que no lo pedís, que con
la credencial4 del peregrino es suficiente. [...]
- No hay ningún problema. Si me enseñas la credencial, te la sello y listo.
- Gracias. ¿Hay alguien más
hospedado5 en
el albergue6?
- No. Desde principios de septiembre no he recibido a ningún
peregrino, así que ya tengo ganas de hablar con alguno. ¿Vienes de muy lejos?
- Soy de Madrid. Trabajo como profesora de Educación Física en un instituto, y aprovechando que mis alumnos tenían un intercambio de dos semanas con un colegio francés, decidí conocer esta zona.
- ¿Y estás haciendo esta ruta sola?
Los ojos saltones de Amaia reflejaron un punto de admiración
hacia Ángela.
- Descubrí este peregrinaje en un foro de Internet especializado en
senderismo7 en el norte de Navarra - zanjó Ángela, en un intento de que aquella joven no la viera como una intrépida exploradora -. Leí los comentarios de otras personas que la habían completado y todos coincidían en lo bonita y lo verde que era. Algunos también destacaban el valor de las leyendas y tradiciones de este valle. A veces, en una gran ciudad echas de menos la naturaleza y la tranquilidad. [...]
Ángela, tras despedirse de Amaia, se tumbó en
colchón8el más cercano a la puerta que conectaba con la cocina. Rasgó
el envoltorio9 amarillo y naranja de la barra nutritiva, que
engulló10 en pocos minutos, y bebió media botella de su bebida isotónica.
La pantalla del pulsómetro
pitó11 al tiempo que se iluminaba y aparecían varios dígitos: treinta y cinco kilómetros, treinta y ocho mil pasos, noventa
latidos12 por minuto.